martes, mayo 13, 2008

la cofradía


Se cruza el gato negro primero en un sueño y luego a la vuelta de la esquina. El gato negro piensa cada vez que se cruza con un humano -¡eh! ¡otro con mala suerte!-. Los gatos negros se organizan en una cofradía secreta. Se reúnen una noche por semana, todos los miércoles, a realizar los balances correspondientes, acerca de cuántos humanos fueron manchados con la mala suerte, y acerca del número de humanos que efectivamente tuvo mala suerte durante esa semana. Bob le dice a Benito:- vale, socio, anduviste re bien, te felicito. El humano aquel del bigote ridículo fue despedido de su trabajo, y luego descubrió que su novia le era infiel. Y al carabinero ese, le dio pediculosis. Así me gustan las cosas, Benito, bien hechas; un trabajo pulcro. Nos servirá de ejemplo para el adoctrinamiento de los nuevos gatitos esos, de la parte norte del barrio. Fíjate que hay uno, muy vivaz y con unos ojos amarillos muy saltones, que tiene un talento especial, que ya estoy percibiendo. Él no lo sabe aún, pero llegará a ser uno de los mejores, te lo aseguro, Benito-.


Benito se va tranquilo a su casa, con la frente en alto, aunque no sin una pequeña contradicción interna. En su hogar humano nadie sospecha nada. Los quiere. Ha visto crecer a los niños y ha jugado con ellos. Cuida cautelosamente su paso para que ni por error se cruce en el camino de algún integrante de la familia. Una vez, sin quererlo, se cruzó por el camino de la madre, y ella luego se quemó con aceite caliente en la cocina. Se sintió muy culpable. Sin embargo, su adoctrinamiento en la escuela felina de la mala suerte fue más fuerte.


Benito lleva una doble vida. Se sacude el estrés que esto le provoca cazando palomas y rasguñando sillones. Cuando ya todos duermen, o en los ratos muertos de la tarde cuando aún los niños no llegan del colegio, sale a caminar por el barrio. Escoge cuidadosamente a su víctima. Le gustan los hombres con bigote y maletín, las señoras gordas con delantal, y los carabineros. También hace trabajos grupales, en los que se cruza con autos enteros (de preferencia blancos) , cuyos ocupantes, estupefactos, lo miran a los ojos, creyendo (con razón) en un posible accidente. Le cuesta un poco coordinar con las luces del semáforo, es un poco riesgoso. Pero cuando ha logrado su cometido, toda la escuela felina termina enterándose, y siente tras su cola los cuchicheos de admiración que lo llenan de orgullo.


Benito lleva una doble vida, y no se arrepiente de nada.

1 comentario:

Anónimo dijo...

pero que tal que el de los ojos saltones pase por ahí un día en que benito no sea el mismo ya y su capacidad de estarlos cuidando esté muy mermada??

es tan malo pensar en algo que hasta ahora es ficción??