jueves, abril 24, 2008

asombro


Hay que poner en palabras los modos de pensar. Hay que trasladar hacia el lenguaje lo sin lenguaje. Entonces, debe haber por ahí un pensamiento sin lenguaje. Ese es el gran problema de la filosofía, que junta palabras con pensamientos, con ideas.
Pensar sin palabras es imposible. Al menos, en alguna primera instancia. La primera instancia es la del sentido común, por lo que habremos de saltarla. Iremos a la segunda instancia, que es la de la conciencia de la existencia del sentido común. Pensar sin palabras, en una segunda instancia, tal vez sí sería posible. Revisemos los modos de representación de las cosas del mundo que no incluyen palabras. A saber, los sonidos de la música instrumental, las imágenes, por ejemplo las del arte y los sueños. Olores y sensaciones táctiles no conllevan palabras tampoco. Parece, entonces, que las palabras no son un modo de representación de las cosas del mundo, sino que el resultado de la capacidad interna de organizar las sensaciones no lingüísticas a un nodo común comprensible y no disperso, para que la conciencia pueda manejar unívoca y organizadamente esa información, con el fin de generar una respuesta coordinada del sistema en cuestión, es decir, el cuerpo físico que tenemos todos. Se trata de llevar lo disperso a lo unívoco, pues la respuesta del cuerpo físico es una respuesta que debe ser coordinada y con coherencia de organización entre sus partes. Las palabras serían herramientas del entendimiento para organizar datos e igualarlos en sus condiciones de inteligibilidad; el lenguaje es la llave que abre la conciencia humana a una comunicación con las otras conciencias. Es la única manera existente de publicar la experiencia propia, de compartirla y consensuarla con los demás. De otro modo, seríamos seres completamente extraños, pues no podríamos tener ningún punto en común, puesto que aunque existieran, serían inaccesibles las experiencias de unos para los otros, y viceversa. Tenemos entonces que el lenguaje es el modo de traducir experiencias diversas hacia uno mismo, y luego, hacia otros. Además, el lenguaje permite que esas experiencias, tanto personales como grupales, sean recordadas, analizadas, descritas, etc. El lenguaje, entonces, además de la creación y compartición de la experiencia, crea datos múltiples y distintas posibles combinaciones y relaciones de percepciones grupales y personales acerca de las cosas.
Teniendo el lenguaje, las palabras, todas estas importantes funciones, cabe preguntarnos ¿Realmente, es factible pensar sin palabras? Tendríamos que adormecer o distraer las funciones de la conciencia que tienen que ver con la traducción de percepciones en lenguaje. Tendríamos que detener al lector, al creador de realidad que enjuicia permanentemente dentro de nuestra conciencia. Tendríamos que abolir la conciencia relatora de sucesos y temporalmente instaurar una conciencia que participa de los sucesos directamente, que no tiene tiempo de analizar ni enjuiciar nada, donde los datos de la experiencia entren sin interferencias al entendimiento, sin amarrarse a un nodo común organizador. Este modo tiene el inconveniente de que el entendimiento, al no ver traducidos al lenguaje usual los inputs, no es capaz de reconocer la información ni de la relacionar el contenido actual con contenidos pasados, entonces se tiene que todo es nuevo, todo es novedoso y por lo tanto todo debe verse con ojos primerizos, lo que trae el más inmenso, providencial y genuino asombro. Finalmente, eso es lo que buscamos, no?

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